dijous, 22 de maig del 2025

Mientras hablaba así Telémaco miraba Calipso a Mentor llena de admiración, y creía descubrir en él algo so

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brenatural;  

Así me encontraba cuando vi a bastante distancia y entre la espesa sombra del bosque al sabio Mentor; pero pareciome tan pálido su rostro, tan triste y austero que no experimenté ningún placer. «¿Sois vos, exclamé, o caro amigo, mi única esperanza? ¿sois vos? ¡Qué! ¿sois vos mismo, o viene a engañar mis ojos una visión falaz? ¿sois vos Mentor? ¿es todavía vuestra sombra sensible a mis desgracias? ¿no os halláis en el número de las almas afortunadas que gozan la recompensa de su virtud, y a quienes dan los dioses goces puros en una paz eterna en los campos Elíseos? Hablad, Mentor, ¿vivís todavía?

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    ¿Seré tan feliz que aun pueda poseeros, o bien sois una sombra vana?» Diciendo estas palabras corría yo hacia él enajenado, pudiendo apenas respirar. Esperábame él tranquilamente y sin dar un paso hacia mí. ¡Oh dioses! ¡vosotros sabéis cuál fue mi júbilo cuando mis manos le tocaron! «¡No, no es una vana sombra, yo toco, yo abrazo a mi querido Mentor!» Así exclamé; y entre tanto hallaban mis lágrimas su rostro, permanecía abrazado a su cuello sin poder articular palabra, y él me miraba triste y poseído de una afectuosa compasión.

Finalmente le dije: «¿De dónde venís? ¡en qué peligros me he visto durante vuestra ausencia! ¿y qué seria de mí sin vos en esta ocasión? ¡Huid!, me respondió con voz terrible sin satisfacer a mis preguntas; ¡huid con   —84→   presteza! Aquí sólo produce veneno la tierra; el aire que se respira está emponzoñado; y corrompidos los hombres, sólo se comunican para transmitir un veneno mortal. La vil e infame sensualidad, que es la más horrible de las plagas que abortó la caja de Pandora, enerva los corazones y destierra todas las virtudes. ¡Huid! ¿qué os detiene? ni aun volváis el rostro cuando os alejéis de esta execrable isla, borrad de vuestra memoria hasta el menor recuerdo de ella.»

Dijo, y al momento advertí disiparse una especie de nube densa que me dejó ver con toda su pureza la verdadera luz, y renacer en mi corazón la alegría; pero alegría bien diferente de la sensual y voluptuosa que había embotado mis sentidos, pues esta producía en mí la inquietud y enajenamiento, interrumpidos de accesos de furor y de agudos remordimientos, y aquella, por el contrario, satisfacía mi razón proporcionándome un no sé qué de felicidad celestial, permanente e inalterable, de tal naturaleza que arrebataba mi alma sirviéndome de mayor consuelo a proporción que se introducía en ella. Entonces me arrancó el gozo las lágrimas y conocí cuán agradable es llorar por tal causa. «¡Felices, exclamé, aquellos a quienes se muestra la virtud con toda su belleza! ¡Podrá conocerse sin apreciarla! ¡podrá apreciarse sin ser feliz!»

«Debo dejaros, interrumpió Mentor, parto, no puedo detenerme.» «¿Adónde vais?» le repliqué. «¿A qué tierra por inhabitable que sea no os seguiré? No penséis apartaros de mí, antes moriré siguiendo vuestras huellas»; y al decirle estas palabras le estrechaba en mis brazos con todas mis fuerza

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