EL LECTOR COMÚN DE VIRGINA WOOLF
CARTA DEL 63 14 OCT
LA ANTERIOR ES DEL 61 MARZO
DEMASIADO TIEMPO
INTUYO QUE HAY MÁS
DONDE ESTÁN ?
COMO CSI ABAB CON STO DE VIRGINIA
PORFA NEUS NO NOS DEJES
El lector común
Hay una frase en la «Vida de Gray», del doctor Johnson, que bien pudo ser
escrita en todas esas salas, demasiado humildes para ser llamadas bibliotecas,
aunque llenas de libros, donde gente anónima se entrega a la lectura: «… me
regocijo de coincidir con el lector común; pues el sentido común de los
lectores, incorrupto por prejuicios literarios, después de todos los
refinamientos de la sutileza y el dogmatismo de la erudición, debe decidir en
último término sobre toda pretensión a los honores poéticos». Define sus
cualidades; dignifica sus fines; se dedica a una actividad que devora una gran
cantidad de tiempo, y sin embargo tiende a no dejar tras de sí nada muy
sustancial: la sanción al reconocimiento del gran hombre.
El lector común, como da a entender el doctor Johnson, difiere del crítico y
del académico. Está peor educado, y la naturaleza no lo ha dotado tan
generosamente. Lee por placer más que para impartir conocimiento o corregir
; su ordalía está en la
sociedad, no en la soledad. Para ellos siempre habrá una fascinación peculiar
en los libros en los que la luz de estos ojos brillantes se posa no sólo en las
aguas residuales, sino también en el corazón en su perplejidad.
fnal woolf
o a la ficción que sea verdad, a la poesía
que sea falsa, a la biografía que sea aduladora, a la historia que refuerce
nuestros propios prejuicios. Si pudiéramos desterrar todas esas ideas
preconcebidas cuando leemos, sería un comienzo admirable. No le dictemos al
autor; intentemos convertirnos en él. S
Johnson y Goldsmith y Garrick; o
cruzar el canal, si nos parece, y encontrarnos con Voltaire, Diderot y madame
de Deffand; y así de vuelta a Inglaterra y T
e. Esta, pues, es una de las
maneras como podemos leer esas vidas y cartas; podemos hacer que iluminen
muchas ventanas del pasado; podemos observar a los muertos famosos en sus
costumbres habituales e imaginarnos a veces que estamos muy cerc
Aun así, ¿quién lee para conseguir un fin, por más deseable que sea? ¿No
hay algunas actividades que practicamos porque son buenas en sí mismas, y
algunos placeres que son inapelables? ¿Y no se encuentra este entre ellos?
Algunas veces he soñado, al menos, que cuando llegue el día del Juicio Final y
los grandes conquistadores y juristas y hombres de Estado vayan a recibir su
recompensa —sus coronas, sus laureles, sus nombres esculpidos
indeleblemente en mármol imperecedero—, el Todopoderoso se dirigirá a
Pedro y le dirá, no sin cierta envidia cuando nos vea llegar con nuestros libros
bajo el brazo: «Mira, estos no necesitan recompensa. No tenemos nada que
darles aquí. Han amado la lectura»
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